EL JUEGO DE LA CONTRADICCION. ARTE, HARTAZGO Y DUENDE

Decir mucho, decir demasiado, decir hasta la extenuación. Y sí, así se juega al juego de la contradicción, porque ¿qué necesidad tiene de explicaciones aquello que se explica por sí mismo? ¿Qué nos obliga a hablar cuando –las circunstancias mandan- deberíamos guardar un oportuno silencio?
Lunes 17. Planta 5ª, Sala María Zambrano del Círculo de Bellas Artes. La cristalera, de izquierda a derecha, nos obsequia con una panorámica casi completa de la ciudad; la vista, así, de lado a lado, resulta cojonuda. A pesar del interés mostrado por Cristina, no pienso en hacer preguntas: la grabadora funcionará sola o no funcionará; me da lo mismo. A mi lado, Manolo limpia sus gafas. Al fondo, José María Parreño presenta su libro: Arto de Arte, Ensayos de crítica-ficción. Artazgo, sin hache –nos cuenta Parreño-, del arte como es y como se nos presenta habitualmente, no del arte como podría o debería ser. Ambigüedad también del lenguaje y ejemplo de alguno de sus acostumbrados equívocos, como ese cartel a la entrada que anuncia la presentación de un libro inexistente: Arto de Parte, dice. De parte de quién, preguntamos, ¿de parte del Arte? ¡Jodér, qué lío! Arto de Harte, leemos más adelante: arto de un harte –escribe Parreño- separado del resto de las cosas de la vida, reducido a algo que se cuelga en la pared o se contempla desde cierta distancia y con cierta actitud. Artazgo, sin hache, de ese arte que llena los museos con obras de arte mientras el mundo, afuera, se vuelve cada vez más feo. Artazgo, sin hache, de un arte "convertido en el opio de los artistas que éramos todos –que podemos ser todos, en el sentido en el que decimos es un artista de cualquiera que hace su trabajo con cariño, inventiva y precisión". Y artazgo, sin hache, ¡cómo no!, de empresas madereras que talan la selva y patrocinan, a su vez, exposiciones de pintura de paisaje. ¿Les suena? Es decir: hasta aquí, de acuerdo, pero ¿y el método empleado para expresar el hartazgo o para visitar los lugares que nos ponen a salvo del artazgo? Pues pequeñas obras de arte (ensayos de crítica ficción, los llama Parreño, nunca ejercicios de crítica) para continuar hablando de arte, porque ¿es que acaso podría ser de otra manera? Sí, en la estela dibujada por Baudelaire ("el mejor comentario de una pintura bien podría ser un soneto o una elegía") o en el camino señalado por Wittgenstein ("me satisface", "encaja", ¡ah!, ¡esto es!, ¡magnífico!), no podía ser de otra manera. En cuanto a la presentación en sí del libro, tampoco conviene exagerar (a pesar de que Cristina niegue con la cabeza, una y otra vez, y a punto esté de quedar desencajada –la cabeza- y de rodar por los suelos): la speaker del acto no es el artista, queda claro, y ambos, para no caer en el sinsentido, deberían haber encarado la presentación desde una perspectiva más artística, es decir, hablando del arte desde el arte, haciendo arte, y no desde la estantería de los conocimientos y las etiquetas (no olvidar que, como nos recuerda el mismo Parreño, estos textos jamás habrían sobrevivido en el interior de una tesis: Valeriano Bozal, al parecer, no lo hubiera aconsejado). Aunque esto, claro está, la posibilidad del arte, no resulta sencillo y, además, no siempre es posible. Parafraseando a Enrique Delgado Lebrón (él lo aplica aquí referido al cante flamenco), quien ama el arte sabe que ese amor nos exige humildad, nos obliga a saber que el duende del arte sopla cuando quiere y donde quiere, siempre anhelado y siempre inesperado, como una lección permanente de que su genio es libre y no tiene dueño. Es decir, que unas veces aparece el duende y otras no aparece, como en el cante flamenco; que a veces resulta posible y otras poco probable a pesar de que lo intentemos mucho, demasiado, hasta la extenuación, permanentemente.
Al finalizar el acto, un personaje de la primera fila (mezcla de Rabindranath Tagore y Fernando Arrabal en trance alcohólico) golpea a Parreño con una pregunta extraordinaria (por imposible), que obliga al autor del libro a exclamar aquello tan socorrido de "no puedo decir que agradezco esta pregunta" en la puerta misma de salida que informa que la presentación ha concluido. En el exterior, ahora, es noche cerrada y alguien propone (¡cómo no!) compartir unas cervezas.
¡Qué tío –me digo, bajando las escaleras del Círculo-, el trasunto de Tagore! ¡Qué gran artista!
2 comentarios
Enrique -
Un abrazo.
carmen -